Según la antropóloga Ángeles Arrien, si una persona consultara a un chamán quejándose de sentirse desalentada, desanimada o deprimida, el chamán le haría las siguientes preguntas: ¿Cuándo ha dejado Usted de bailar? ¿Cuándo ha dejado usted de cantar? ¿Cuándo ha dejado usted de sentirse fascinado por un cuento? ¿Cuándo ha dejado usted de encontrar consuelo en el dulce territorio del silencio?"
La civilización nos ha traído muchos beneficios y comodidades, pero también nos ha alejado del contacto con lo más profundo de nuestra propia alma. Nos ha separado de ese ser primitivo y salvaje que todos llevamos dentro. Esa parte nuestra capaz de vivir en el absoluto presente. Capaz de conectarse con la naturaleza de las cosas, capaz de dejarse llevar por la corriente de la vida sin demasiadas explicaciones ni interpretaciones mentales. Cuando hablo de lo "primitivo y lo salvaje", no me estoy refiriendo al caos ni al descontrol, sino todo lo contrario, a lo más puro de nuestra esencia como seres humanos, a lo no contaminado por los juicios y temores de nuestra mente: a ese centro desde el cual podemos danzar confiados sin caer.
A veces vamos por la calle absortos en pensamientos y preocupaciones y de repente escuchamos el canto de un pájaro, la risa de un niño, una música que alguien está tocando, y entonces algo se nos mueve adentro, un impulso dormido de conectarnos con ese "algo más" que nos ofrece la vida, y surge el deseo de dejar atrás la mente, entregándonos al momento como si este fuera lo más importante para nosotros (y tal vez lo sea...).
Bailar, cantar, jugar, contar historias; son actividades capaces de recuperar la alegría y crear armonía en cualquier grupo humano. También es hermoso recuperar los espacios de silencio, apagar la televisión y la radio, dejar de llenar el vacío con el ruido exterior para poder escucharnos y escuchar a los otros. Los niños disfrutan del baile en forma natural, espontáneamente, expresando su alegría de estar vivos.
Podemos bailar con cualquier música que nos agrade, no hace falta conocer ninguna técnica. Podemos bailar solos o en compañía, en nuestra casa, en medio del campo o en un salón de baile. Hasta podemos seguir el ritmo de la música sentados o en un auto, ya que no es imprescindible mover todo el cuerpo para sentir el efecto de la danza.
No importa dónde ni cómo ni cuándo, el hecho de permitir que la música inunde cada una de nuestras células, que haga vibrar todas nuestras fibras, que nos lleve a movernos sin esfuerzo dentro de las posibilidades de cada uno, es suficiente para experimentar un bienestar instantáneo en todo nuestro Ser.
Cuando danzamos, la mente descansa, no hay lugar para el pensamiento cuando estamos sumergidos en el placer sensorial del movimiento. El corazón olvida sus penas, las tristezas se disuelven como por encanto. En la danza está presente el Cuerpo junto con el Alma y ambos se mueven al unísono en perfecta comunión.
En estos tiempos difíciles que estamos viviendo, también podemos aprender a danzar con la vida, a dejarnos llevar por la música de los acontecimientos sin oponer resistencia, aunque participando en forma consciente de su dirección y sentido, tratando de interpretar y comprender el significado de lo que nos está ocurriendo, aprovechando cada giro, cada cambio de compás, cada modificación del ritmo de cada día, para poder bailar nuestras experiencias amorosa y armoniosamente. De esta manera podemos transformamos en mejores seres humanos y tener mas chances de disfrutar de nuestra vida.
Publicado por Adriana Alba
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